martes, 22 de diciembre de 2015

NADIE ENCUENTRA LO QUE NO ESTÁ BUSCANDO



NADIE ENCUENTRA LO QUE NO ESTÁ BUSCANDO
—Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos—
Julio Cortázar

Nadie encuentra lo que no está buscando. Aunque nos parezca que el azar, la fortuna o la Divina Providencia son los que han determinado para que encontremos a la persona que tanto hemos deseado y, la encontramos, posiblemente creamos que ha sido la casualidad. ¡No es verdad! No es verdad que las cosas aparecen de pronto. Nada aparece porque sí, cuando sorpresivamente paseamos por el parque y la lluvia se detiene, vemos entre muchas una hermosísima hoja depositada en el suelo y, tu mano la recoge; después te preguntarás: ¿Habiendo tantas hojas que alfombra el suelo, por qué elegí esa y la convertí en única. Seguramente unas horas antes no estaba en tierra, pero hacía mucho tiempo que estaba allí, estaba un poco más arriba, agazapada, cobijada en su árbol, en el Ginkgo biloba, seguro que ella prefirió soltarse e ir al suelo para que tú la encontraras... es el destino. ¿O es el destino el cuál nosotros mismos condicionamos?. ¡Seguramente sí!

Cuando un hombre encuentra a una mujer, cuando una mujer encuentra a un hombre... es que los dos estaban buscándose. Por falta de compañía. Por insatisfacciones. Por carencias. Por necesidades que sólo las entendemos cuando nos damos cuenta de haber encontrado lo que buscábamos. O, simplemente, por ganas de revivir la vida, o de iniciar una aventura, respirando un nuevo aire a pulmón abierto y, hacerlo, como si fuera una ventana en que al abrirla vislumbráramos una nueva senda, un camino que tanto habíamos soñado andar por él. O, fue porque sí. ¿Por qué tenemos demostrarlo todo? Decididamente, no!

Cuando un hombre encuentra a una mujer, cuando una mujer encuentra a un hombre... siempre hay uno de los dos que transforma la primera palabra en puente. Hay canciones que hablan de eso! Por muy acompañados que estemos, en las decisiones importantes, estamos solos. Y esa primera palabra abre un torrente de palabras, palabras tan deseadas que al recibirlas —por ser tan deseadas— se convierten en caricias. Nadie encuentra lo que no está buscando. ¿Por qué crees que vos y yo nos encontramos? ¿Desde dónde venías acercándote? ¿Desde cuándo yo esperaba que llegaras? ¿Por qué yo? ¿Por qué vos? ¿Por qué nosotros?


¿Por qué crees que no te desviaste, con otro rumbo. ¿Por qué no fuiste en el blog de otro? ¿Por qué viniste al mío y escribiste unas palabras sencillas de corrección a un nombre equivocado que había escrito?. ¿El azar? ¡Estoy convencido que no! Ese comentario fue, es y seguirá siendo el puente más grande y consistente que hay en el mundo; un puente construido con palabras, con el respeto y el afecto de unas primeras palabras escritas a un desconocido. Sólo intuiste que por las historias que escribía, era un hombre que, escribiendo traslucía afecto, en mis sueños escritos, amaba. Oh maravillosa coincidencia, mundos que de pronto se acercaban con el calor y la necesidad del afecto.

Desde la lejanía más absoluta, desde la Patagonia chilena en un viaje que realizabas recibí tu mensaje, no hubieron océanos, ni montañas, ni lejanías que nos separaran. Ni tu continuo viajar por el desierto patagónico, lo impidieron. Posiblemente te esperaba, no sabía quién eras pero sabía que me buscabas. ¡Necesidad obliga! Siempre me cautivó el otro lado del océano, siempre admiré la maravilla de sus lagos, siempre soñé en la brisa suave de sus playas, de las olas que batían tu piel, en el sol que bañaba tu cuerpo y que daba a tu tez el color del infinito deseo...

¿Te detuviste tú, o fui yo quién lo hizo? No lo sé, pero por qué pensaste que uno de los dos se detuvo. ¡Nos detuvimos los dos! Nos detuvimos para que pudiéramos alcanzarnos y extender las dos ramas de nuestros brazos para fundirnos en el abrazo total, por qué ocurrió así y no de otra manera... ¿Por qué? Porque los dos estábamos buscándonos. Desde ese instante un hilo invisible nos unió, un hilo que nadie puede cortar, un hilo indestructible que ninguno de los dos pudo ya soltar. Finalmente, unos números, un código abrió nuestro etéreo Paraíso, en él, nuestras palabras adquirieron la dimensión esperada, los sentimientos se entremezclaron como un torrente, las risas y los lloros se complementaron, la dicha inundó nuestros espíritus. Nos hizo volar en lo más hondo, en lo más alto, nos arrancó gemidos y quejidos, voces de dolor, aunque fueron de jubiloso dolor siempre, lo que pensándolo bien nada tiene de raro, porque nacer —aunque sea en el Paraíso— es una alegría que duele. La petite mort le llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña muerte, la llaman; pero grande, muy grande ha de ser, si matándonos nos hace nacer.
© Lluís Busom i Femenia




viernes, 18 de diciembre de 2015

ODA AL GINKGO BILOBA | A los amantes Goethe & Marianne

Este escrito, esta Oda al Ginkgo biloba y a los amantes Goethe & Marianne, fue una idea compartida con Josefina Basualdo, el amor de mi vida, que quisimos dedicar al poeta, botánico y filósofo Johann Wolfgang von Goethe y a su amante Marianne von Willemer centrándonos en el espíritu de su bello poema Ginkgo biloba, escrito en 1815.

Ahora, también, me sirve como homenaje póstumo a ella, a Josefina Basualdo, a su espíritu innovador, buscadora incansable de la belleza en todas las cosas de la vida, a veces incluso, encontrando la armonía y la perfección en las cosas más insignificantes, como fue esa hoja del árbol ginkgo biloba que ella amaba. Descansa en paz amiga Josefina. Un beso.


Oda al Ginkgo biloba | A los amantes Goethe y Marianne
Hace unos 280 millones de años, antes del periodo Triásico aparecieron los árboles Ginkgoaceae que alcanzaron su apogeo en el período Jurásico. Una familia de árboles extinguida con un único representante sobreviviente en la actualidad, el género Ginkgo con la especie Ginkgo biloba. Árbol dioico, el cual tiene sólo flores unisexuales; existiendo árbol femenino y masculino.

Millones de años después, ahora, podemos disfrutar de la frondosidad de nuestro árbol, el Ginkgo biloba que, al igual que el árbol plantado en el jardín botánico de Leiden, nuestro Ginkgo se trata de un árbol varón con un injerto de Ginkgo hembra y, al caminar, lo hacemos en un corto paseo matinal por el parque; paseo que se engalana con un perfume penetrante, fragancia a tierra mojada que tras la lluvia estival todo luce más fresco, más nítido, más brillante, como lucen las hojas verdes de nuestro árbol, ese árbol es el rey del lugar, el Ginkgo biloba.

Nos agrada sentarnos en el banco bajo su incipiente sombra mañanera que, majestuosamente nos ofrece serenidad, frescura y protección. Banco acogedor que a similitud del “Diván de Oriente y de Occidente” —poema escrito por Goethe— ocurre, al igual que en su poema, en esta Oda al Ginkgo biloba hay pedazos escritos por una mujer que, en principio, no se dieron a la luz. Es un tiempo de descanso que nos invita a reflexionar acerca de la preciosa vida de este singular árbol símbolo de la esperanza y de lo imposible.

Sus hojas son una unidad, divididas en dos, son el uno y el doble, son como alas de pájaro, alas de mariposa, manos entrelazadas de enamorados y conforman la perfecta simetría, asociándose, por tanto, a una relación de igual a igual. El poema de Goethe, al igual que nuestras palabras, simbolizan la unidad en la dualidad, el Este y el Oeste. Que, como dos amantes, se combinan, se entrelazan y conviven y, sin embargo, cada uno conserva su identidad. Y aquí radica la esencia de su profundo significado: Árbol milenario tan antiguo como el mismo amor. Cobijo de amantes: —Goethe y Marianne—, dueño de pasiones secretas, de los más opuestos rincones del mundo. Árbol sobreviviente a la masacre de Hiroshima, árbol que renace en dos mundos como el Ave Fénix.
© Lluís Busom i Femenia

Gingo biloba
Las hojas de este árbol, que del Oriente
a mi jardín ha venido, lo adorna ahora,
tienen un arcano sentido que al sabio
de reflexión le brindan materia obvia.

¿Será este árbol extraño algún ser vivo
que un día en dos mitades se dividiera?
¿O dos seres que tanto se comprendieron
que decidieron fundirse en uno solo?

La clave de este enigma tan inquietante
le encontré el verdadero sentido:
¿No adivinas tú misma por mis canciones,
que soy uno y doble como este árbol?

Manuscrito original del poema “Ginkgo biloba”.
Publicado en la obra de Goethe 'West-östlichen Divan'